quarta-feira, 16 de dezembro de 2020

Maradona, el espejo

Uma crítica sutil, contundente, corajosa e necessária.
Um viés do "politicamente correto" que impregna a maioria das sociedades tidas como "avançadas".


Por Sergio Sinay 


Las sociedades suelen tener los ídolos y los gobernantes que se les parecen. Ellas los eligen. No todos sus miembros, por supuesto, pero sí una masa crítica suficientemente numerosa como para entronarlos. Esos ídolos y esos gobernantes funcionan como espejos porque no vienen de otra parte, sino de la misma sociedad, de sus entrañas. Diego Maradona fue un jugador de fútbol excepcional, fuera de norma (lo digo como futbolero que soy). Inigualado desde su retiro, pese al marketing para imponer a un sustituto en que se empeña la corporación que, con la complicidad de los medios, maneja el negocio internacional del fútbol y convirtió a ese deporte en un negocio cada vez más turbio.

Eso fue Diego Maradona. Un futbolista maravilloso. Eso y un hombre que portó y expuso todos los rasgos del machismo. Un hombre que esparcía hijos por el mundo y no los reconocía. Que golpeaba a sus parejas (como vimos en un video que fue publico). Un hombre que transgredía reglas y desconocía leyes, considerándose por encima o al margen de ellas, y que establecía las propias, a las que debían someterse quienes querían ser sus súbditos u obtener alguna prebenda de él. Un hombre que, lejos de hacerse cargo de las consecuencias de sus actos, se victimizaba y cargaba las culpas en otros. Un hombre que coqueteó con personajes oscurísimos del poder mundial mientras se decía rebelde o revolucionario. Un hombre que confundía códigos con valores (como es común en los ámbitos en donde se movía y era endiosado). Un hombre intolerante con quienes no le hacían el caldo gordo. Un hombre, por fin, que ejerció una y mil formas de autodestrucción hasta consumarla.

Los ídolos son espejos de quienes los idolatran. Quien se mira en un espejo no puede desconocer lo que ve allí. Machismo, anomia, irresponsabilidad, transgresión, manipulación, complicidades turbias están a la orden del día en la sociedad argentina. También un nacionalismo banal y fanático. Si una sociedad considera un campeonato mundial o un gol con la mano a los ingleses como motivo de orgullo, es una pobre imagen la que tiene de sí misma. Más aún cuando ignora olímpicamente a otras personas que también nacieron en ella y bien habrían merecido ser tomadas como espejos. René Favaloro, Bernardo Houssay, Federico Leloir, Alicia Moreau de Justo, Florentina Gómez Miranda, por nombrar apenas algunas, del siglo veinte hacia acá. Y dejo a propósito para el final a otro Maradona, el olvidado, el desconocido, el ninguneado y privado de todo tipo de recordatorio u homenaje, incluso por esos gobernantes oportunistas y falaces que lloran sus lágrimas de cocodrilo por “el diez”. Me refiero al doctor Esteban Laureano Maradona, nuestro ignorado Albert Schweitzer. Quienes lo conocen sabrán a quien nombro. Quienes no, pueden buscar su nombre y comprenderán.

Y aquellos gobernantes que negaron un velatorio y un funeral dignos a más de 30 mil argentinos que murieron por la pandemia, son los que (clientelistas como son) habilitaron un funeral multitudinario que violó todas las reglas del meneado distanciamiento social. ¿Con qué cara, con qué credibilidad, con qué autoridad emitirán ahora sus ordenanzas? 

Es cierto que a los ídolos no se les pide ejemplaridad, como dice algún filósofo oportunista. Aunque hay ídolos (y viene al caso) a los que les gusta ponerse como ejemplos. No son ejemplos y no es su función. Pero son espejos.

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